Monday, May 07, 2007

El médico...

Sabia que podía esperar una vida, pero no estaba dispuesto a hacerlo. Tomó sus cosas, se levantó y comenzó a caminar. Ladraban los perros y silbaba el viento en sus oídos, estaba harto de todo cuanto había visto y cuanto había oído, su corazón ahora sólo latía por puros impulsos eléctricos, sin un motivo, sin una pasión; y pateando las piedras lloraba en silencio como quien quiere desahogarse de su pasado, como quien limpia sus penas con llanto.
Mirábalo la gente y sin preocuparse demasiado lo empujaban, lo hacían a un lado, veíanlo de reojo sin atreverse si quiera a mirarlo a los ojos. Aquel hombre que vagaba, pobre desdichado, no tenía ahora nada.
En sus cálidos ayeres Miguel había sido afortunado, médico de profesión y soñador de tiempo completo, pasábase las tardes mirando el cielo y sonriendo. Hombre feliz de anchos hombros, de cabellos lacios y negros los ojos. Había llegado al pueblo una tarde de abril. Venía de lejos, llego vestido de blanco, lustrosos zapatos y el uniforme bien planchado, con unas maletas medio viejas, que escupían ropa blanca. Se instaló en la casa de la tía Adela que tenía un corredor bien amplio, con paredes azules como de cielo. Al poco rato lo vi salir, todo el pueblo hablaba de él, las madres con hijas casaderas se apuraron a arreglarlas y llevarlas para que las curara de algo que ni padecían.
Siempre trató bien a todos, a los pocos meses dejó de ser la novedad y se volvió más bien alguien cotidiano, las casaderas lo dejaron de buscar, estaba claro que no tenía intenciones de quedarse con alguien de allí. Cómo no había con que pagar, la gente le daba gallinas, verduras, flores, marranos y una vez Don Porfiriano le pago con una vaca, nomás porque le había curado a su hijo y como era el mayor, el heredero, pues Don Porfiriano estaba recontento y por eso le dio una vaca, pero yo creo que llegó un momento donde Miguel hubiera preferido que no le dieran nada, porque entre cuidar enfermos y animales de granja se le iba todo el tiempo y a veces ni descansaba. Había veces que estaba bien dormido y venía alguien a tocarle que ya traía malo al hijo, otras que se le escapaba la vaca que yo creo que se acordaba de donde la habían traído o extrañaba a Don Porfiriano, o yo que sé, pero ahí iba la mentada vaca a meterse al corral de esa casa y el pobre de Miguel iba en pijamas a buscarla, hasta que se cansó y la dejó allí y nomás pasaba a recoger la leche todas las mañanas. Y así se le iba la vida, hasta que un día le llamaron de quien sabe donde y se fue corriendo, dejo un letrero en el cuarto que servia de consultorio y se salió, no volvió como en una semana pero ya no era el mismo, se le habían apagado los ojos y las manos le temblaban, quisimos preguntarle que le pasaba, pero nomás nos miraba con sus ojos grandes que ya no brillaban, y se fue a encerrar a su casa y no salió más que a poner una carta, creo que la mandaba a la capital porque yo soy el que reparte los correos aquí, por eso lo supe, porque le mandaron la respuesta y a las dos semanas ya había nuevo médico en el pueblo.


Bety Broca.

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